Tras una tranquila y reposada noche bajo techo, nos levantamos a la hora habitual, para caminar sobre las 7 de la mañana. Parece que el día se levanta más despejado de lo que concluyó el día anterior. Por fin podemos ver el famoso Dent du Geant, entre otros conocidos montes.
Aprovechamos para captar una instantánea del Refugio Walter Bonatti, del que nos llevamos un grato recuerdo.
Tomamos una apacible senda, marcada y que discurre por las laderas sobre el Val Ferret. En breve estaremos frente a un grupito de casas, principalmente en ruinas, en Gioé. Una de ellas todavía conserva el techo en condiciones y está abierta, hubiera sido una buena opción para dormir si no hubiéramos querido quedarnos en el refugio.
Camino adelante, de nuevo transitando por las amplias laderas, alternamos subidas y bajadas hasta llegar frente a las casas de Arnouva, estupendamente conservadas y en una privilegiada situación.
Desde aquí comenzamos a bajar ya inexorablemente hasta el fondo del Val Ferret. Allí hay una especie de camping con restaurante y parquing.
Tomamos una pista que pronto se convierte en sendero. Por él ganamos altura directamente hacia el Refugio Elena. Desde allí ganamos perspectiva sobre un nuevo glaciar, el de Pré de Bar.
Nuestra senda prosigue por herbosas laderas hasta conducirnos al amplio llano del Refugio Elena, el último que encontraremos en los alpes italianos.
Nos queda una buena subida hasta el Grand Col du Ferret, el collado de más de 2.500 metros de altura que separa Italia de Suiza. Ganamos altura tras numerosas y asequibles lazadas, que hacen más llevadera la tarea de ganarle metros al collado. No nos hemos encontrado a casi nadie en todo el camino y ahora, de golpe aparece un numerosísimo grupo que baja del Grand Col du Ferret. Intrigado por la cantidad que gente que baja, le pregunto a una par de ellos si son un grupo y me cuentan que son un grupo religioso, que cada 15 de agosto peregrinan desde Ferret hasta Notre Dame de Guerison.
Cuando pasan todos, me quedo solo en el ascenso al Grand Col du Ferret, y la niebla empieza a espesarse.
Después de una reconfortante parada técnica en una fuente, hacemos un segundo tirón casi hasta el collado. Antes de alcanzarlo tenemos que parar de nuevo porque empiezan a caer gotas de manera continua y tengo que ponerme el chubasquero y tapar la mochila con su funda impermeable. Ahí me pasan dos excursionistas, prácticamente los únicos que encontraré caminando en toda la jornada. Y al final, ganamos ya el punto fronterizo y entramos en Suiza por el (supuestamente) bucólico Grand Col du Ferret. Digo supuestamente porque no veo más allá de tres metros de distancia.
A partir de este punto, descenso prolongado y continuo, siempre cubiertos por la niebla y cruzándonos con diversas bicicletas, tanto en ascenso como en descenso. Hay que llevar cuidado, pues algunas bicicletas bajan a una velocidad considerable y hay que apartarse rápido cuando las oímos.
Acabamos de traspasar el ecuador de la ruta, así que para celebrar el hito me hago un selfie que no creo vaya a ser memorable por la visión de fondo.
Si mal no recuerdo es también la primera vez que piso el país de Suiza. Una sensación curiosa visitar un país por primera vez andando y salir de él también a pie. Después de un larguísimo descenso, en el que las vistas escasean debido a la omnipresente niebla, avistamos la primera casa suiza. Es una especie de granja, con una patriótica bandera suiza ondeando al viento y animales de todo tipo alrededor de ella.
Me parece ver que mi camino hace una vuelta un poco tonta y decido recortarla por una gran explanada. ¡Error! La explanada resulta estar bañada de estiércol, por lo que hay que añadirle una nueva capa de perfume a las botas. Por suerte el terreno húmedo y algunas hierbas me ayudan limpiar el calzado sin muchas complicaciones.
Pasamos ahora de sendero a pista de tierra. Amplia pista de tierra, que gira, gira y vuelve a girar. Después de un buen rato finalmente alcanzamos de nuevo el fondo de valle y se acaban los giros.
A partir de aquí camino siempre en la misma dirección, en leve descenso, hasta entrar al hermoso pueblo de Ferret. Es una lástima pasar por estos pueblos suizos y no ver las montañas por encima nuestro, pero las casas y pueblos son dignos de ver.
La jornada de hoy está a punto de acabarse. Desde Ferret queda algo menos de una hora hasta La Fouly, donde tengo reservada cama en un hotelito con media pensión. Me apetecía darme un pequeño lujo pasado el ecuador de la ruta.
Los caminos son sencillos de transitar y con una vegetación de un verde encendido que te regala la vista, pero tengo tantas ganar de llegar y ponerme por fin a cubierto de la lluvia que no puedo acabar de disfrutar como debiera.
Al fin alcanzo el ansiado pueblo de La Fouly. Ha sido la jornada más corta hasta el momento, pero quizás la que tenía más ganas de acabar. La entrada al pueblo me parece de ensueño, con un cartel del Ultra Trail del Mont Blanc, que viene a ser lo mismo que estoy haciendo yo, pero sin peso, en menos de 48 horas y corriendo. Casi nada.
Y llego a mi destino, el Hotel Edelweiss.
Nada más entrar me da la sensación de haberme equivocado de lugar. El comedor y la recepción me parecen demasiado lujosos para las pintas que traigo.
Llevo mis botas y los bastones a un cuarto reservado para estas cosas y me acompañan al dortoir (esto son unos dormitorios compartidos típicos en Francia y Suiza). Subo con una pareja. El chico hace una pregunta en inglés. Nada más oirle le pregunto si es español. Nuestro acento hablando inglés es fácil de distinguir, jeje. Son los primeros españoles que me encuentro haciendo el Tour, así que me alegro bastante. Son una pareja del país vasco, muy buena gente. Por la noche compartiremos cena y nos iremos encontrando más adelante. Todo un placer coincidir con gente así.
Ahora toca instalarse. De momento tenemos un dormitorio de unas 12 plazas y somos 3.
Aprovecho para cargar las baterías de la cámara y el móvil. Como un poquito y a visitar el pueblo. Hoy toca día de relax. En mi planificación entra ir a misa a las 17:00 horas, pero como es 15 de agosto han cambiado horarios y no hay misa en el pueblo hoy. Lo más cercano es en Orsieres al día siguiente a las 10:30 de la mañana.
Me toca investigar y planificar de nuevo. Voy al super del pueblo, compro chocolate suizo en tableta y en batido. Me sorprende mucho un chocolate rubio que tienen, que está mezclado con caramelo, así que me llevo una tableta también. Tengo que reponer los chocolates y batidos que se me han ido acabando. Me acerco a la oficina de turismo y miro si tengo posibilidad de ir a misa al día siguiente. Tengo autobús para ir y volver. El único problema es que regresaré al pueblo a las 12 del mediodía. Un poco tarde para salir. Por suerte la jornada prevista para mañana es corta, y además parece que el tiempo será menos malo por la tarde que por la mañana.
Así, con la logística lista para el día siguiente y las compras hechas me voy al hotel de nuevo. Toca ducha y admirar las vistas desde mi habitación.
Tengo tooooda la tarde para relajarme. Tarde de lectura y consulta de WhatsApps y mails con la wifi del hotel. Luego llega la cena. Hoy no cocino. Se agradece. Nos ponen una sopa parecida al cuscus de primero y una mezcla de arroz, pollo y curry de segundo. De postre un tartita de chocolate. Agradable cena conversando con la pareja de vascos.
Después de la cena, un ratito de lectura de nuevo y a descansar. Mañana me levantaré a las 8 pero para coger un autobús, hacer un poco de turismo en Orsières e ir a misa. Será un día diferente. Después ya volveremos a andar, a mediodía.
Al hotel ha ido llegando más gente, muchas caras conocidas de personas que habían dormido en el Refugio Bonatti la noche anterior. Esto ya parece una curiosa familia... Tras un día más reposado toca dormir. Irá bien, sobre todo para los brazos que están machacados por el peso de la mochila. Mañana os contaré qué tal mi último día en Suiza. ¡Nos vemos!
Fotos de la quinta jornada del TMB: Refugio Walter Bonatti - La Fouly