14 de agosto de 2017. No hemos dormido mal, aunque hemos tenido un poco de fresco hacia el final de la noche. Como es costumbre ya, salimos de los últimos hacia la cima, logrando empezar a caminar poco después de las 6 de la mañana. La cima a la que queremos llegar se ve claramente y la traza está muy marcada en la nieve. El primer tramo es amplio y sube suavemente, pero a medida que nos acercamos a la cresta la costa no pinta tan cómoda.
La nieve está espectacular. Se pisa muy bien y no hay ni una grieta. Ya cerca de la cresta el terreno se inclina y se estrecha. Yo aquí ya me hubiera dado la vuelta, más que satisfecho por las cimas alcanzadas los días previos. Por suerte, mi compañero consigue (nuevamente) convencerme. Así es como en un par de horas hemos llegado al primer cuatromil, a la redondeada Punta Felik. La vista hacia la cresta del Castor es espectacular aquí. El primer tramo parece amplio y llevadero, pero me preocupa un poco la creta cimera.
Alcanzamos la cresta finalmente, que sin ser difícil es un tanto estrecha (o a mí me lo parece) y aérea. Además nos cruzamos con un par de cordadas, con la incomodidad que ello supone. En la siguiente foto en 360 se puede ver bastante bien la espectacularidad de la cresta (insisto que se ve más estrecha de la cuenta por el efecto de ojo de pez).
Y tras unos cuantos cruces con cordadas y un ascenso lento pero seguro hacemos cima un poco antes de las 10 de la mañana. Las vistas son inmejorables. A un lado vemos el Pollux, el Breithorn y el Cervino y la cresta que lleva a la base del Castor por el otro lado. Esta sí que es verdaderamente estrecha y algún valiente llega por allí.
Al otro lado los Lyskamm. Y detrás nuestro un extenso mar de nubes que cubre hasta el horizonte. La foto es puro postureo, recuerdo estar con unas ganas locas de iniciar el descenso por la tensión del momento.
Aún así recuerdo esta cima como la que más marca me dejó por la espectacularidad de la cresta y de las vistas. Finalmente inciamos el retorno al refugio.
Finalmente el descenso no fue tan complejo como esperaba, aunque reconozco que en algunos tramos había cierta tensión y concentración máxima. Es curioso cómo influye la cabeza en la montaña. Ningún paso era excesivamente estrecho ni requería ninguna técnica especial, pero cuando ves "patio" alrededor siempre te vuelves más torpe y precavido.
Por suerte el descenso cada vez se hace más suave y tranquilo. En menos de 2 horas ya hemos vuelto a "zona de confort". Estamos ya a punto de llegar al refugio.
A partir de aquí ya todo está controlado. Ferrata cómoda y camino corriente y estaremos de vuelta en el coche. Eso sí, antes comeremos y repondremos fuerzas que creo que nos lo hemos ganado.
Con esto cerrábamos nuestra fructífera incursión a los Alpes italianos y en concreto al macizo de Monte Rosa. No sabemos si volveremos pero de estos días más no se podía esperar.